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La política en tiempos del "like"




Uno de los grandes cambios sociales de nuestro tiempo es el modo y la forma en que nos comunicamos. Hay toda una reflexión abierta sobre cómo las redes han cambiado al mundo en el sentido de que han acercado a las personas, han “horizontalizado” el poder al darle voz a quienes antes no la tenían, y han hecho que los acontecimientos que se suceden en cualquier rincón del planeta sean hoy del dominio de todos a través de la inmediatez que proporcionan los medios digitales. Sin embargo estos cambios también están teniendo un profundo impacto en la forma en la que hacemos dialogo político, y me temo que no siempre mostrando su rostro más positivo. Me atrevo a asegurar, más bien, que hemos dejado que la cultura de “lo nuevo” resalte y agrave las patologías tradicionales de nuestro comportamiento político.


Empiezo por el título de la columna. Estamos inmersos en una conversación en redes donde muchos de quienes intervienen lo hacen estimulados por la adrenalina que proporcionan los likes recibidos. Aparte de que estamos expuestos a que una considerable proporción de estas “palmadas de espalda” provengan de una cantidad de usuarios falsos –que al final resultan ser manejado por pocos y casi siempre los mismos-, también el sentirse empoderado por recibir el apoyo de las tribus digitales produce una falsa sensación de importancia e incidencia, que diría es casi equivalente a pretender mejorar nuestra autoestima con el movimiento de cola de nuestra mascota cuando llegamos a casa. Una cultura de búsqueda de likes puede provocar en un usuario de convicciones borrosas la necesidad de continuar llevando aprobaciones con cada mensaje o comentario que escriba, lo que hace que en ocasiones se termine, incluso diciendo lo que no se cree. Esto lo saben y lo conocen los políticos y también las redes ideológicas que lo explotan a su mejor conveniencia.


Luego está lo que yo llamo la “cultura de los 280 caracteres”. Parafraseando a ese pequeño número de bits que ocupan los mensajes y opiniones que se cuelgan de una de las redes más populares, pareciera que estamos reduciendo los debates políticos a simples titulares, a una frase ingeniosa o una provocación sin que exista la menor intención de profundidad. Las contestaciones se suelen producir de igual forma reduciendo las redes a un simple intercambio silábico. Tan contagioso es el asunto que he visto, incluso, programas de análisis donde los invitados son exhortados a presentar sus propuestas de país en cuestión de dos minutos, lo que termina siendo más un ejercicio de trabalenguas que de argumentación. Nadie pelea con la capacidad de síntesis, pero de allí a que nos ahorremos el ejercicio de pensar y elaborar solo con el afán de caber en esos figurados 280 caracteres me parece peligroso e irresponsable.

También dos prácticas extraídas de la conducta en redes han permeado negativamente el escaso diálogo que tenemos. “Etiquetar”, por ejemplo, es la elegante forma de encubrir el codazo político que no solo pretende lanzar al rival a la arena de las fieras que están sedientas por calumniar, sino también busca provocar una respuesta allí, donde probablemente no sea ni útil ni conveniente ofrecerla. Pero peor aún, hemos visto que los responsables silencios frente a estas provocaciones malintencionadas ya los interpreta cualquiera y en cualquier sentido, así que el veneno del etiquetado político cumple una doble función. Por último, los “trending topics” que no son más que la expresión fugaz y volátil de esa veleta que representa la supuesta opinión pública. Hay quienes se desviven en la tarea por lograr los cinco minutos de fama viendo que su tema o asunto escale en esa gigantesca rueda de molino, simplemente para luego verlo desaparecer frente a los nuevos vientos que soplan. Así de voluble es ese tipo de opinión pública. Andrew Jackson, el presidente más populista que los Estados Unidos tuvo hasta el siglo XX se jactaba de decir que él nunca moldeó los acontecimientos, sino más bien, los acontecimientos lo moldearon a él. Menuda concepción del liderazgo que tenía. Muy parecida a lo que hoy vemos.


No pretendo esquivar la sana discusión de los retos que plantea un entorno mediático como el descrito arriba. El mundo camina en esa dirección y no tener una estrategia para navegar en él es irresponsable. Pero lo peligroso es dejar el dialogo político en manos de un ambiente así. La discusión seria no puede nunca ser sustituida por estos atajos que nos presentan hoy las redes. Es de actores serios saber opinar, esquivar las provocaciones, intervenir estratégicamente cuando ello conviene, conversar viendo a los ojos, ayudar a educar al lector de redes y no perder nunca la altura en la comunicación. Eso es saber respetar y proteger el necesario dialogo político que nuestra sociedad tanto necesita.


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