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Eutanasia colectiva




Tengo aun muy fresca la imagen del famoso Dr. Kevorkian, apologista de la “muerte dulce” o procedimiento terapéutico por el medio del cual este médico proponía, - y así lo hizo en varias ocasiones-, poner fin a la vida de pacientes terminales suyos que en su larga agonía le habían solicitado hacerlo. El debate ético, político y social que se generó con este tema tiene todavía repercusiones en nuestros países. Debo decir que tanto a este médico, de rasgos incluso algo siniestros, como al procedimiento médico con el cual se le asocia, los considero a ambos abominables, pero no es de ello que hoy escribo. Lo hago quizá de algo más inmediato pero que me trae reminiscencias a este personaje y a su filosofía, no de vida sino de muerte.


Guatemala es un país que ha tenido siempre grandes retos y desafíos. Guerra interna, catástrofes naturales y crisis políticas por mencionar solo algunas, todas ellas las hemos superado con esfuerzo y perseverancia. Sin embargo la mayor y principal de las tragedias, la pobreza en que viven muchos de nuestros connacionales, no la hemos podido revertir, mucho menos superarla. Y es que pareciera que algunos estuvieran empeñados en hacerla parte del paisaje. Hemos tenido gobiernos irresponsables que han dilapidado nuestros escasos recursos públicos. También hemos puesto las prioridades en temas que no han contribuido en el largo plazo a mejorar nuestros indicadores sociales. Sin embargo la última de las modas es la que me parece todavía más perversa.


Me refiero a la destrucción voluntaria, deliberada y sistemática de las pocas opciones de creación de riqueza que el país ha tenido en los últimos años. En esto presenciamos una verdadera eutanasia colectiva de país. Es inconcebible por ejemplo, como el máximo tribunal constitucional, llamado a ofrecer garantías de protección legal a las personas y a las empresas, no solo suspende actividades económicas generadores de empleo hasta el punto de hacerlas llegar a punto de quiebra, sino en abierta mofa a los plazos legales y a las demandas sociales de las comunidades que en paro laboral esperan justicia, se sientan a contemplar el paso de los días sin cumplir con sus función de jueces. Es como el médico que deja que el paciente muera lentamente sin aplicar ningún medicamento.


Igualmente de insidioso es el dictamen que recientemente se conoció por parte de la Procuraduría General de la Nación. Haciendo acopio de argumentos más propios de un texto laboral de mediados de siglo pasado, se precipitan a señalar de inconstitucional un convenio de la OIT destinado a procurar la generación de trabajo a tiempo parcial, importante instrumento para mitigar la pobreza, pues permitiría a jóvenes, amas de casa, jubilados o incluso personas con alguna discapacidad el poder disponer de un ingreso adicional importante para ellos y sus familias. Esto le parece poca cosa a quien ha redactado tremendo adefesio. Simplemente se da un portazo a esta posibilidad y que vea cada quien como se consigue un empleo. Es como el médico que proporciona al paciente una medicina vencida, para que con su efecto acabe de una vez la vida de éste.


Por último, actuaciones recientes de ciertas autoridades también causan mucha pena. La pérdida de vidas en los bloqueos, la pérdida de plazas de trabajo por fallos judiciales, la amenaza del derecho a la industria y al comercio de aquellos que no logran llevar sus productos a los mercados por los paros en carreteras, las amenazas a la vida y a la propiedad por las invasiones no parecieran ser, a ojos de estas autoridades, garantías importantes de procurar. Más bien les ocupan y preocupan los status de los diplomáticos, los juegos de poder, las fotos con ciertas audiencias de su preferencia. Increíble. Es como el médico que oyendo la alarma de los aparatos de control de signos vitales del paciente, prefiere ir a tomar un café o volver la vista a otro lado.


Muchos más ejemplos de éstos se pueden poner, extraídos del ahorcamiento a las energías limpias o a la infraestructura portuaria, por mencionar algunos. Por increíble que parezca, todos éstos no son fruto de la maquinación de un país enemigo. Son obra de quienes están llamados a cuidarnos. Es decir como en la analogía del médico y la eutanasia. Aquél que dispone del conocimiento, instrumental y medicina adecuada, decide usarlos no en beneficio de la salud de su paciente sino para darle fin a sus días. De allí lo abominable. Quizá sí hay que señalar una diferencia importante en todo esto. En la eutanasia terapéutica es el paciente quien pide al profesional darle muerte; en la eutanasia colectiva que vive nuestro país pareciera ser el mismo médico el que ha resuelto, muy a pesar de lo que su paciente le pide, el aplicar la terapia terminal. Esto por supuesto los hace aún más responsables de sus resultados.


No sé cuánto tiempo más seguiremos viendo este especie de clínica de exterminio pero espero que una nueva generación de “facultativos” políticos, comprometidos con el desarrollo y el bienestar de sus compatriotas, retomen el juramento constitucional de procurar el bien común. No el bien de unos manifestantes, el de algunas ongs o el de algunos cooperantes sino el de todos los guatemaltecos.

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