Pocos lugares pueden preciarse de tener un tesoro histórico abierto al público. Quizá una de las instituciones más importantes de cualquier país es aquella que documenta en papel los vaivenes de su historia social y política. Pocas veces mencionada, no visitada de la manera que debería y olvidada muchas veces por los tomadores de decisiones, esta institución en Guatemala batalla contra el tiempo, el poco presupuesto y en ocasiones hasta con las ocurrencias de turno. Me refiero a nuestra Hemeroteca Nacional.
Me ha tocado visitarla con motivo de algunas investigaciones históricas. He constatado el esfuerzo personal -casi heroico- de sus pocos miembros, por mantener en buen resguardo los medios impresos que sirven de base para los estudios históricos, las investigaciones escolares y hasta para estudios de genealogía. Afortunadamente la acertada dirección de la Hemeroteca, el compromiso de quienes la operan cotidianamente y una buena pizca de suerte han permitido que se preserven en buen estado colecciones tan importantes como los diarios oficiales del siglo XIX; las publicaciones de momentos históricos claves como la semana trágica, la revolución de octubre de 44 o el terremoto de 1976, o simplemente hojas informativas de diverso origen y naturaleza.
Algunos dirán que la hemeroteca es solo para “ratones de biblioteca”. No. No lo es. Tiene un poco de todo y para cada quien. Para el historiador, el testimonio escrito de los grandes acontecimientos; para el periodista, una fuente inagotable de información respecto de los grandes escuelas del periodismo en el país y de aquello medios que las hicieron hablar; para el estudiante, las respuestas a aquellas interrogantes académicas de sus maestros; para el guatemalteco en general, la historia de su barrio, comunidad o pueblo, y con un poco más de esfuerzo en la búsqueda, las de su propia familia, recogida muchas veces en notas sociales o en la crónica cotidiana de los acontecimientos de sus propios lugares de origen.
Sin duda hay grandes desafíos para esta institución. Primeramente dotarla de presupuesto para asegurar su operación diaria, no solo para contar con el personal necesario sino para mejorar sus equipos físicos e instalaciones. Adquirir tecnología de punta para proceder a la digitalización de sus contenidos –como ya ha apenas empezado a suceder- y proveer los recursos para su constante mantenimiento es también otra prioridad. La acariciada aspiración de ampliar los días de atención a sábados permitiría, por ejemplo, que aquellos que hoy no pueden visitarla por razón de sus horarios laborales, puedan asomarse a espiar sus tesoros. Igualmente poner en línea la posibilidad de efectuar consultas sería el sueño dorado de todo investigador. Pero todo ello requiere decisión y compromiso. Hoy con el cambio de gobierno es siempre un buen momento para dejar caer la reflexión. Así como en las familias se buscan preservar los tesoros del cofre de las abuelas, la familia guatemalteca tiene que saber preservar también su tesoro colectivo, que es esa historia registrada, documentada y clasificada que uno encuentra al cruzar las puertas de nuestra Hemeroteca Nacional.
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