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De frente a la papeleta




A estas alturas probablemente algunas de las personas que lean este artículo hayan ya ejercido su voto. Sin embargo habrá otro importante grupo de ciudadanos, que como muchos con los que tuve la ocasión de conversar en las últimas semanas, estarán aun decidiendo como ejercer su sufragio con responsabilidad. Es a ellos a quienes me dirijo. Frente a una elección en que las instituciones de justicia votaron antes que los ciudadanos, en la que las reformas electorales produjeron la campaña más afónica e inequitativa de la era democrática, y en las que aportar lícitamente a las causas en las que se cree ha sido poco menos que engorroso, le ha sido al ciudadano muy difícil entusiasmarse con los proyectos políticos y de allí el alto nivel de incertidumbre con el que llegamos a la conclusión de esta primera ronda del evento electoral.


En este marco, he escuchado decir que hay varios candidatos que pudieran ser una opción pero que presentan tal o cual objeción. Esto es muy normal y significa que el ciudadano está cada vez más consciente de las implicaciones del voto y de cuanto peso tienen los aspectos negativos de la personalidad de los candidatos a la hora de decidir por ellos. Pero haciendo esa simple consideración no se sale del atasco. Simplemente sumamos defectos, algunos reales, otros construidos por la propaganda, lo que al final impide el buen juicio. Lo que propongo entonces, para ejercer un voto que tenga sentido, es aplicar una suerte de criterios lo más objetivo posibles para entonces decidir mejor.


El primero de ellos es revisar la hoja de vida. Un candidato “puede decir misa” como se dice en el argot popular, puede hablar bien y ofrecer cualquier cosa. Esas palabras se las lleva el viento. Pero lo que el viento no se lleva es qué es lo que esta persona ha hecho atrás en su vida. Eso está escrito en el registro de sus actuaciones. Su trabajo, logros y méritos están allí para poder ser valorados. Allí podemos apreciar cualidades importantes como la honestidad, la disciplina, la actitud hacia el trabajo. Allí ya se puede empezar a separar los candidatos del pelotón.


Un segundo criterio importante es tomar en cuenta cuál es el perfil del partido que lo apoya. Un grupo político es una red de personas que comparten criterios de vida y modos de entender la sociedad. Así tenemos algunos partidos que se caracterizan por promover y defender públicamente una agenda de valores y familia, otros predican los cambios revolucionarios, unos cuantos pregonan por un estado omnipresente mientras otros insisten en encontrar enemigos y destruirlos. Finalmente hay quienes no saben qué es lo que defienden, que son lo que generalmente terminan siendo los que buscan promover simplemente el interés personal de su camarilla y punto. Allí lo que yo planteo es hacer un simple análisis de cuál de estas agrupaciones son las que presentan y reflejan el modelo de sociedad en la que uno aspira vivir. Y allí separar de nuevo a unos de los otros.


El último criterio es el de las personas que rodean al candidato. Una sola buena persona no es suficiente. Veamos quienes son círculo. Analicemos quienes son los dirigentes de su partido, y las personas que son sus candidatos a diputados. ¿Les conocemos? ¿Comparten nuestra filosofía? O no sabemos simplemente quienes son. Si la respuesta es ésta última preparémonos para sorpresas. Por el contrario, los mejores gobiernos de los últimos treinta años han sido aquellos que integran verdaderos equipos de trabajo desde la campaña y por ello es más fácil ubicarlos y valorarlos.


Puede cuestionarse que estos filtros llegan tarde para decidir. Nunca es tarde para escoger bien. Una llamada oportuna y un poco de búsqueda en los medios de información nos pueden arrojar datos importantes. El secreto está en hacerlo. Si queremos separar el grano de la mostaza, si queremos decidir bien y responsablemente, no es solo el político el que debe ofrecer bien; debe ser el ciudadano el que demande más, y saber para escoger bien es una buena forma de empezar.


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