Uno de los principales desafíos de los últimos años ha sido encontrar la fórmula para regenerar el debate programático en el país y de paso también fomentar un mayor nivel de participación política, incentivar la democratización de las organizaciones partidarias y dotar a las instituciones responsables del proceso electoral de más y mejores herramientas para llevar a cabo esta importante tarea. Estos impulsos se tradujeron en una serie de reformas a la ley electoral, que bajo la bandera de aquellas aspiraciones, produjeron un entramado legal que ya anticipo será complejo e inclusive de alto riesgo su puesta en práctica.
Ha habido en torno al entusiasmo generado por los “pedidos de la plaza” una serie de cambios que tendrán un efecto completamente contrario al esperado y frente a los cuales es preciso advertir con el tiempo necesario. Siempre lo he sostenido: no toda las nuevas ideas son buenas ideas, y no necesariamente las buenas ideas, en su concepción, tienen una buena ejecución. A que me refiero? Desglosemos. Una primera idea fue la de hacer que los medios de comunicación facilitaran equitativamente y a precios alcanzables los espacios de pauta comercial. Amén de que es debatible que tal paridad se fuerce –quizá asegurar una franja común a todos los partidos sin que fuera necesariamente la única, hubiera sido lo deseable- la norma ha provocado que muchos de los medios de comunicación no se inscriban para participar en el combo publicitario. Es una mera razón económica. Pautar por la quinta parte del precio no es una ganga y no lo pueden sobrellevar particularmente los medios nacional de gran cobertura. Ergo, no tendremos posibilidad de accesar a los contenidos y propuestas de los partidos en los medios que no son parte de este esquema publicitario. Así, de un plumazo, cortamos un primer trozo del ambiente informativo.
Luego, unas normas ambiguas y discrecionales sobre la campaña anticipada han creado el efecto de inhibir el debate público. Allí donde esperábamos más opiniones, más propuestas, mayor conocimiento de los proyectos políticos y de sus dirigentes, hoy solo tenemos silencio. La tan sola posibilidad de quedar a tiro de opinión del funcionario de turno en lo que respecta a calificar si esta o aquella comparecencia se pueda calificar de campaña anticipada, hace que cualquier político se abstenga de hacer presencia pública y a que los medios puedan darle la necesaria cobertura, pues aquél se arriesga a no poder participar por impedimento y éstos a que puedan enfrentar sanciones por infracción a ley electoral. Así, de sencillo, ya cortamos el segundo trozo del ambiente informativo.
La buena idea de evitar gastos superfluos en campaña complota ahora en contra de los proyectos políticos que deseen posicionar, anticipada y legítimamente su marca y propuesta. Dicen que la ley contempla la diferencia entre proselitismo y campaña. Yo pienso que esa frontera es tan borrosa como hablar comerciales e infomerciales. El agravante es que el permiso para salir ya a decir cualquier cosa, sin responsabilidad de parte, ocurrirá hasta el mes de marzo, por un espacio estrecho de 90 días y en el que los partidos políticos, por la regla de la equidad, apenas alcanzarán a decir unas cuantas palabras antes de que se les agote el tiempo que les corresponde.
Un férreo control de medios, una campaña corta, las contingencias que pueden surgir de criterios discrecionales y una campaña mediática limitada a medios locales y en condiciones de estrechez de tiempo debido al criterio equitativo, producirá la tentación de voltear a ver la fuerza y poder de las redes sociales, algo sobre lo que el TSE ha confesado no tener necesariamente la capacidad de control. Aquí la creación de eventos mediáticos que produzcan oleajes noticiosos, la construcción de tupidas redes de apoyo que sean imposibles de controlar y perseguir, y una cuidadosa estrategia de réplicas por via de los formadores de opinión –técnicamente no partidistas y por lo tanto fuera del alcance de cualquier norma restrictiva- será la constante en los próximos meses. Ese es el nombre del nuevo juego electoral, y quien no tenga la capacidad de visualizarlo así e identificar que en esto ya hay quienes han empezado varios metros adelante, perderá la contienda sin enterarse de que iba la cosa.
Guatemala necesita más participación política, más opinión, más debate, mas presencia de las propuestas políticas sobre la mesa. En este escenario, la de una reforma hecha a la medida y más parecida por cierto a un corsé mediático y político propio de quienes nos le gusta que hayan opiniones disidentes, solo podemos esperar un empobrecimiento del debate político, que no fue ni es el espíritu de los buenos ciudadanos que se han expresado en los últimos años sobre la necesidad de tener una renovada política. Los signos ya están a la vista y la advertencia está puesta.
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